AMOR DE MI VIDA
Un día de San Valentín firmaste un papel en el que te autodeclaraste tu amor propio. Un amor que poco a poco fuiste aprendiendo a cultivar a lo largo de un proceso lleno de errores y torpezas. Un proceso que nunca termina.
Cada día te veo frente al espejo y me enamoro más y más.
Veo tus debilidades y no puedo sino admirarte por ellas. Veo tus errores y te abrazo para que sepas que no pasa nada.
Veo cómo te desesperas y, a veces, hasta me hace gracia. Una pequeña sonrisa se asoma en una esquinita de mi boca porque, aunque te descontroles, sé que tienes el timón agarrado con la fuerza necesaria para que no se te vaya de las manos y, al mismo tiempo, con la delicadeza suficiente para que no se rompa.
Veo tu fuerza y tus ganas y el pecho se me llena de aire, tanto, que hasta puedo sentir como mis pies se despegan unos milímetros del suelo. Veo todo de lo que eres capaz y lo que has conseguido tú sola y no puedo sino llenarme de orgullo y seguir amándote más y más.
Te he visto rota. Te he visto echarte de menos tanto que te dolía. Te he visto buscando ese gran amor que sabías que te salvaría y que te haría indestructible.
Llorabas. Vaya si llorabas. Te aferrabas a besos y a caricias. Querías con el alma a quien te la despreciaba y no te dabas ni cuenta.
No te dabas cuenta porque todavía no habías conocido al amor de tu vida.
Ese que se plantó frente al espejo, te vio a los ojos y te dijo:
Esta eres tú, con todo lo bueno y lo malo. Esta eres tú y eres maravillosa. Esta eres tú y así es como se te quiere bonito. Esto es amor del bueno y todo lo que no lo sea, sobra. Mientras yo esté a tu lado, jamás de los jamases estarás sola.
Y ahí sigues, agarrada de su mano sin soltarla ni un segundo. Ese amor tiene tu misma piel. Tu mismo pelo, tus mismos ojos y hasta tu sonrisa.
Porque todo el amor de tu vida nace de la persona que ves reflejada en el espejo.
Todo el amor de tu vida nace de ti.