– ERES UN ÁGUILA ENCERRADA EN UN PALOMAR.
Así me lo dijo.
– ¿Un águila? ¿Yo?
Por un momento dudé que yo pudiese identificarme con un ave tan majestuosa y enorme. Esa costumbre que tenemos muchas veces de vernos a nosotros mismos más pequeños de lo que somos en realidad.
Por suerte esas palabras llegaron en el momento justo. Un momento en el que yo ya sabía que era más grande de lo que me reconocía. De lo que me había reconocido nunca. Un momento en el que sólo me faltaba dar el salto definitivo, terminar de reventar esa jaula y echar el vuelo para no volver atrás.
Así que sí. Soy un águila.
Tengo las alas grandes aunque, a veces, todavía se me olvida.
Pienso mucho. Escribo. Saco fotos. Bailo. Vuelvo a pensar y escribo.
Me ofusco y me enfado. Exploto de alegría con intensidad. Río a carcajada limpia. Lloro a alma rota.
Escribo otra vez. Saco fotos.
Vuelo y hago volar.
Creo. De los verbos crear y creer.
Amo. Del verbo «amar a lo bestia»
Y así: VIVO
Esther Bas