Llamadas, reuniones, clases, entrevistas, papeleo, y un largo sin fin de obligaciones y tareas ocupaban su día a día. No había tiempo para verse a sí misma y pararse a pensar. Esa infinidad de tareas la mantenía ocupada. Sólo así conseguía olvidarse de todo aquello que le apenaba el alma. Por eso odiaba los fines de semana.

Era sábado y, aunque no tenía que trabajar, sus ojos se abrieron alarmados a la misma hora de siempre. ¿Qué necesidad tenía de madrugar?. Pensó para sí misma. Con lo bien que estaría durmiendo. Estiró su brazo derecho y tiró de la correa de la persiana para abrirla hasta que entrase un poco de luz. Un rayo de sol iluminó su cama y el enorme espacio vacío que había a su lado. Sus dedos recorrieron el otro lado del colchón y un enorme desaliento la recorrió por dentro. Estaba sola. No había ruido. Nadie la esperaba. Las lágrimas salieron de sus ojos de forma rápida y sutil. Sin llanto. Hacía tiempo que su soledad le dolía sin hacer ruido. No tenía hambre así que decidió dedicarse a cotillear en las redes. Eso la anestesiaría durante una hora…si se dejaba llevar incluso podrían ser dos…o tres….. No había mensajes. No había llamadas.

Su estómago la interrumpió con un rugido. Tenía que levantarse de la cama pero le faltaban fuerzas. Ojalá el desayuno pudiese aparecer solo en su habitación. Ojalá pudiese volver a quedarse dormida y que el fin de semana pasase sin que se diese cuenta. Se dirigió a la cocina. Todas las mañanas maldecía a su ex. Con lo que le gustaban los muffins de chocolate y hasta eso había perdido su gusto. Prepararlos le recordaría a él. A sus mentiras. Le recordaría que está sola…que ya estaba sola a su lado aunque no lo sabía. Cogió un paquete de galletas, leche y desayunó divagando en sus pensamientos mientras observaba por la ventana el buen día que hacía. El teléfono seguía en silencio. Sin mensajes. Sin llamadas.

Hacía tiempo que no sacaba su cámara del cajón. Pensó que podría irse a dar un paseo. Ver el mar, olerlo. No tenía fuerzas pero se obligó a hacerlo. No podía pasarse otro fin de semana encerrada. Ese día no tenía la lluvia como excusa. Se puso un chándal y condujo hasta llegar a la playa. Sacó su cámara y gracias a ella consiguió evadirse durante unos minutos. Pero enseguida empezó a observar a la gente a su alrededor. Y empezó a verse sola, apartada. Otra vez, dos lágrimas amargas y silenciosas recorrieron su cara. Observó el teléfono. No había mensajes. No había llamadas.

Media hora….no estaba mal… era hora de volver a casa. Se dirigió al salón y vio su sillón de leer. Porque sí, tenía un sillón de lectura. Pero hacía tanto tiempo que no lo utilizaba que los libros la observaban desde la estantería y podía sentir cómo la juzgaban. Cómo le echaban en cara su dejadez. Su falta de ganas. Absorta, divagando en su propia tristeza, pasó la próxima hora con la mirada perdida. Con lágrimas saliendo de sus ojos silenciosas, pesadas. Hasta que su estómago volvió a rugir. Se dirigió a la cocina. Se hizo algo rápido y se fue al salón. Ya estaba bien de tanta tortura. Anestesiarse otra vez sería lo mejor. Puso una serie y los capítulos fueron pasando hasta que se hizo de noche.

No hubo mensajes.

No hubo llamadas.

Solo ella.